Por: Adriana González Marín
Imagina que es una mañana como cualquier
otra. Despiertas, te levantas, tomas una ducha, te preparas para partir a un
día más de trabajo. Lo imaginas rutinario, sabes que tu tiempo se irá en
retroalimentar a tus colaboradores, ver a tus clientes, platicar con tu jefe,
en general lo que has venido haciendo durante algún tiempo.
De pronto, un dolor inesperado invade tu
cuerpo y tu día da un giro de 180 grados. Por lo que en lugar de ir a la
oficina, te ves en la necesidad de solicitar permiso y acudir al médico.
Mientras haces el recorrido, imaginas lo que
dirá, quizá sea colitis o esa gastritis que padeces d un tiempo para acá se
agudizó, y es aquí cuando sabes que no hay tiempo para reparar en esos detalles
mínimos de tu cuerpo, tan sólo piensas –ya pasará-, pero transcurren los
segundos, los minutos, inclusive, las horas y el dolor no disminuye. Llegas al
médico, y tras una larga espera en el centro de salud y una cita con el médico
más extensa de lo esperado, empiezas a impacientarte sin saber qué es lo que te
está pasando.
Por si fuera poco tu teléfono no deja de
sonar por pendientes del trabajo que debieron haber quedado ya. Y es justo en
este punto entre los límites de la desesperacion y la cordura cuando aparece el
médico. Sin saber cuánto tiempo transcurrió mientras esperabas su llegada, lo
importante es que ya está frente a ti; desafortunadamente las noticias que te
da no son del todo favorables, pues esas enfermedades que has estado cultivando
en tu cuerpo durante años han evolucionado. Sin embargo no todo está perdido,
pues el médico te comenta que puede mejorar tu salud si realizas un determinado
tratamiento.
Y es en un momento como este en el que
descubres que aquellos problemas que te incomodaban en la mañana ya no son tan
importantes. Así que reflexionas y te das cuenta que tus prioridades cambian.
Ahora sabes que aún no es tarde para organizar tu vida, adquirir esa disciplina
que has estado postergando; y entonces recuerdas aquella lectura donde se habla
de una lista con 50 cosas que quieres hacer antes de morir. Así que empiezas a
enlistar:
- Quiero visitar todos los continentes.
- Quiero decirle “Te amo” a todos los miembros que forman parte de mi vida.
- Quiero tener un hijo y educarlo.
- Quiero trascender.
- Quiero aprender otro idioma.
- Quiero caminar sobre la nieve.
- Quiero ser un ejemplo para las personas que me rodean.
- Quiero imprimirle más pasión a las cosas que hago.
- Quiero leer el Quijote.
- Quiero fotografiar especies en extinción.
Y así continúas con tu lista hasta que te das
cuenta que ya has superado las 50 acciones. Sin embargo llega el punto en el
que descubres que el tiempo es corto y la lista larga, y entra en ti la
angustia tras ver que no has cumplido ninguna, pues nunca te diste la
oportunidad de realizar esas pequeñas o grandes cosas que aportarían sentido a
tu vida. Sientes que tu tiempo se acaba, pues pensabas que una vida en
equilibrio sólo estaba disponible para gente rica que podía permitírselo y al
analizar con detalle la lista, descubres que no es dinero lo que necesitas si
no voluntad para asumir tus decisiones y disciplina para cumplir tus sueños y darle
orden a tu vida.
De pronto despiertas y descubres que todo lo
que viviste fue un sueño. Un sueño que te dejó una maravillosa reflexión. Así
que te levantas, das gracias e inmediatamente pones a andar esa lista porque
para ser un buen hombre, padre o líder y poner orden en tu vida no necesitas
esperar más, sabes que no debes perder más el tiempo, y que ladrillo a ladrillo
es como las grandes catedrales se construyeron. Sabes que tienes que salir y ponerte
en acción, hacer las cosas en vez de pensar en hacerlas algún día. Recuerda que
el tiempo no se detiene y la lista larga.
Y tú, ¿Ya comenzaste tu lista de
deseos?
Excelente manera de relatar una historia muy cierta que sucede comúnmente. Nos hace reflexionar, saludos cordiales!
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